domingo, 3 de junio de 2007

Movimiento circular

Una vez más, la llave da un giro y la tuerca que estaba a punto de caer se ajusta. La máquina sigue andando. Se ladea, pega un salto y se acomoda. Se queja. Cruje con cada paso que da y con cada uno, más cerca de que alguna pieza vuelva a aflojarse.

Nicolás Sarkozy no perdió el tiempo y está camino a cumplir su promesa electoral. Asumió y creó el Ministerio de Inmigración y de la Identidad Nacional con el objetivo de controlar a los inmigrantes y rajar a 25.000 indocumentados.
A la cabeza del ministerio está un tal Hortefeux. Quiere rajar a la mayor cantidad posible. “La lucha contra la inmigración clandestina seguirá siendo una prioridad absoluta”, dijo.
Y sí, después de los desmanes del año pasado hay que pararles la mano. Ellos, los que no somos nosotros, son el problema. ¿Quién los entiende? ¿Quién quiere entenderlos? ¿Quién puede?
Llegan con sus problemas de otros mundos y nos salpican. Infectan a La France.

¿Cuánto más va a durar? Bueno, la llave es efectiva. Al menos, temporalmente. Chin, clan, pum, pum, pum... ¡No! Se gira la tuerca y... sigue marchando.

Dice Página/12: "Cuando era ministro de Interior, el presidente Nicolas Sarkozy hizo de la inmigración clandestina uno de los caballos de batalla. Sarkozy incrementó considerablemente las expulsiones. En 2006, 24.000 extranjeros fueron expulsados y para este año el programa está calculado en 25.000." Y agrega: "Es obvio que estos anuncios tienen también una meta electoral: el próximo 10 de junio se lleva a cabo la primera vuelta de las elecciones legislativas y las mayorías sólidas se ganan con ese tipo de discurso."

Lo "obvio" es que apuntar al inmigrante mejora la digestión (aunque no calma el mal aliento). Lo "obvio" es lo que se intenta ocultar. Parece mentira que no se den cuenta: la infección está en el dedo que apunta.

Bauman dice algo bastante obvio [1]: "el Estado contemporáneo tiene que buscar otras variedades, no económicas, de vulnerabilidad e incertidumbre en las que hacer descansar su legitimidad". Pero lo más "obvio" no es lo más evidente.

Súbitamente la máquina resopla cansada, escupe un chorro de vapor y parece desinflarse hasta poco a poco detenerse. Sobreviene la ausencia de ruido. Y de ahí, la reflexión. Y de ahí la angustia. ¿Qué habrá ocurrido? ¿Qué tuerca apretar? La llave no resuelve el acertijo.

¿Hay esperanza de que esta realidad cambie? Es difícil. La victoria de Royal era lejana como también lo es la victoria del Parti Socialiste en las legislativas.

Un amigo que vive allá me cuenta que no sólo los inmigrantes están por explotar; Sarkozy es capaz de alejarse de acuerdos firmados con la UE con la escusa de que Francia necesita un shock fiscal.

Lamentablemente Francia retrocede en muchos terrenos ganados (derecho laboral, por ejemplo), pero lo más curioso de todo, dice, es que la gente parece contenta.

Inesperadamente, un latido quiebra el silencio y otro más fuerte sacude al aparato. Se escucha el empuje del pistón y otra vez ¡pfffffffffffffffffffsssss! el chorro de vapor. ¡Vive!

Nuevamente entre crujidos, golpes y resoples, la máquina marcha. ¿Qué tuerca habrá saltado? ¿Volverá a descomponerse? Quizás fuera prudente cambiarla... No. Definitivamente, no. En todo caso costaría menos caro cambiar primero de herramienta.

[1] Zygmunt Bauman, Vidas desperdiciadas, Paidós, 2006.

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